martes, 28 de febrero de 2012

Brillará.

La conocí hace un par de años, no recuerdo la fecha con exactitud, en un pueblo costero.
Sus movimientos, antes de sentarse a mi lado, se han quedado grabados en mi mente, se movía lentamente como si bailara una canción melódica, su mirada furtiva buscando encontrarse con la mía, su sonrisa picara como la de una muchacha que sabe del mal que es capaz de hacer, su pelo liso, negro como una noche sin luna ni estrellas, sus manos preciosas como si tuviesen el don de sanar solo con tocarte.

Me aparte del resto de gente, buscaba un poco de esa tranquilidad que te hace tan interesante, me senté cerca del mar, contemple esa línea que separa lo terrenal de lo celestial, lo tangible de lo intangible, lo humano de la divino. Mire el romper de las olas, la lucha constante del mar por entrar en tierra y la tierra por defender su territorio, mientras escuchaba el burbujear de la espuma marina.

Fue entonces cuando salí de mis contemplaciones y me percate que ella estaba sentada a mi lado, en silencio, sin mirarme, su vista fija en los mismo lugares que yo contemple hace unos instantes. Los dos quietos, inmóviles, conteniendo la entrecortada respiración, deseando mirarnos a los ojos, con la necesidad de escuchar nuestras voces, con la codicia de que ese pequeño instante durase eternamente.

A los pocos minutos nuestras respiraciones se hicieron una, las miradas se posaron en los mismos puntos, el latir de nuestros corazones comenzó acelerarse, nuestros pensamientos se transformaron en el mismos, nuestros cuerpos comenzaron a necesitar el uno del otro, mi sangre era impulsada por el latir de su corazón, sus pulmones se convirtieron en el recipiente de mi oxigeno, mi lengua tragaba su saliva, su cerebro recibía las imágenes captadas por mis ojos, mi mano se movía gracias a sus impulsos, durante un instante millones de estrellas tuvieron la fortuna de contemplar como nacía la historia mas bonita del mundo.


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